domingo, 7 de diciembre de 2014

La pluma de Marieta. Dos no pelean si uno no quiere.



Ha pasado una semana y Jimmy sigue presente. Siguen, él y las secuelas de su asesinato, en cada ejemplar de prensa, informativo radiofónico, televisión o red social. Sigue cuestionándose si la sanción para los ultras es injusta, si el castigo de no dejarles entrar a los partidos es ejemplar o una mera patochada con la que los directivos buscan lavarse las manos. A día de hoy, una semana después del enfrentamiento entre neonazis y ultraizquierdistas, sus manidos conflictos que nada tienen que ver con el deporte siguen robando espacio de nuestras vidas, de nuestro tiempo. Y lo que es peor aún, de nuestro pensamiento. Pocos se han atrevido a criticar que quizá lo importante de la trifulca no es la muerte -y con respeto- ni siquiera el eterno odio entre aficiones. Quizá, lo importante tampoco sea aquel espectador inocente que en su paseo matinal a orillas del río Manzanares pueda sentirse amenazado ni que la violencia 'en el deporte' solo importe cuando hay muertos. Puede ser que lo que más miedo de en este asunto sea la normalidad con la que se trata la coexistencia y convivencia de grupos de ideologías extremistas violentas, que además de ser apoyados por equipos y directivos cuentan con la impasividad del aficionado habitual, que los ve como uno más y la ceguera del resto de ciudadanos que no son capaces de ver más allá del oscuro telón. No buscan matar, pero matan. Tanto izquierda como derecha, tanto skinheads y neonazis como los representantes del comunismo y anarquismo más exacerbado. Protegidos por el manto de aparente ética que les brinda actuar en nombre de una ideología pretenden lo que todos los terroristas: infundir terror. Cuando son jóvenes se unen a esas masas buscando precisamente eso: aterrorizar al resto con el consiguiente respeto que ello implica. Ser más, ser fuertes, ser juntos. Ya lo dijo Salas en Diario de un Skin. Dan todo por 'sus' otros del mismo modo que desprecian a los demás y se les permite. Se les permite estar, reunirse, exaltar figuras que de ser este otro país estarían más que encarcelados. Se les permite manifestarse libremente y acumular antecedentes, sabiendo que tarde o temprano tendrán que sumar al archivo otro indigente quemado vivo, homosexual apaleado o cadáver tirado al río. De momento el consuelo que nos queda es que al menos se matan entre ellos. Un consuelo débil y que nos sitúa en el mismo estrato moral que a aquellos que tanto dañan. Pero sigue quemando que se publiciten más sus actos que la violencia de verdad, la que causa muertes de inocentes cada día, como arma para limpiar las manos de aquellos que permiten que se den a conocer en sus casas y en sus campos. Toda muerte merece conmiseración pero a mí, al menos, aquellos que disfrutan infringiendo terror no me dan ninguna lástima.

El lápiz de Jorge Miranda. La esencia de las cosas.



Una muchedumbre enfurecida acude al ayuntamiento gritando. El alcalde Quimby pregunta a uno de sus ayudantes;
  • ¿La gente se está volviendo más tonta o más ruidosa?
  • Más tonta señor.
Esta conversación de Los Simpson, ilustra perfectamente lo que está pasando en España con el problema de los ultras en el fútbol. Los hechos acontecidos por la muerte de un aficionado radical perteneciente a los Riazor Blues a manos de los ultras radicales del Atlético de Madrid, ha desencadenado una oleada de estupidez y periodismo de bar cutre.
Como la gente se está volviendo más tonta las medidas por parte de las instituciones implicadas no quieren ser menos, y por lo tanto van a dar al pueblo lo que el pueblo pide, contundencia, sanciones, expulsiones y muchas palabras de repulsa, pero muchas muchas, que quede bien claro que no están a favor de que se tiren personas a un río después de haber sido apaleadas.
En este país se está gestando algo y parece que muy poca gente se da cuenta, y el que se da cuenta mira para otro lado, la sola idea de pensarlo le aterra. Lo del fútbol es una máscara, es un canalizador, el que piense que esto es sólo un problema del fútbol no tiene muchas luces. El fútbol es la excusa de algo más grande, de algo muy antiguo. Este país está muy movido, se huele en el ambiente. El germen ha ido creciendo lenta pero inexorablemente, como una sucesión de jugadas lógicas en una partida de ajedrez, y da la sensación que la partida está en ese punto en la que empiezan a pasar cosas, en que ya empiezan a caer los primeros peones.
Hay que analizar la esencia de las cosas para entenderlas, de no ser así podemos caer fácilmente en una maraña de hechos superficiales que nos van a llevar de rama en rama, en vez de ir a las raíces. No son peleas de fútbol, los del Depor no odian a los del Atlético porque una vez en un partido uno envió a segunda al otro. Los bucaneros de Vallecas no odian a los Ultra Sur del Madrid por tener mucho más presupuesto que ellos. Si los expulsas de los campos, cosa que hay que hacer, se darán de palos en festivales de música o en la feria del libro si hace falta. En España todo es política, y cada vez más radicalizada. Cada día hay más extremistas, y cada día son más extremos.
España es un país en eterno conflicto, si no es con el vecino, es con el pueblo de al lado. Provincias enfrentadas dentro de la misma comunidad. Comunidades enfrentadas dentro del mismo país. Tortilla de patata con o sin cebolla, Madrid o Barsa, Unidad contra independencia, izquierda contra derecha. El motivo carece de sentido, lo importante es el enfrentamiento. No existen los tonos grises, no tienen cabida en un conflicto.
Vamos a vivir tiempos revueltos, del tradicional bipartidismo a una amalgama de partidos condenados a no entenderse, de la moderación al extremismo y todo esto aderezado con unas gotitas de crisis económica y paro, que vienen muy bien para alimentar a la bestia.

Estamos a tiempo de pararlo, pero no lo vamos a hacer. En el fondo lo buscamos, aunque esto suene a subconsciente colectivo Freudiano. España se encuentra cómoda en el enfrentamiento, no sabemos ser de otra manera.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La pluma de Marieta. El impuesto a la ilusión.



Este año los ganadores del Sorteo de Navidad tendrán que descorchar el champán con un nuevo compañero que se quedará con parte de su fortuna: el Estado. Hacienda sabe que como no se ha comportado honestamente, los reyes no pasarán por casa estas navidades y se ha preparado el autoregalo de rigor, beneficiándose el 20% de todos los premios superiores a 2.500 euros. La nueva estocada ministerial viene como las demás, por la espalda y sin argumentos: nada se anunciaba en el reverso de los miles de boletos que llevan ya meses circulando ni tampoco en la página web de loterías y apuestas del estado hasta hace poco. Ahora por ganar también se cobra, dicen aquellos que iban a bajar los impuestos. El mensaje de ilusión que estas navidades nos perseguía por todos los canales de televisión le ha costado a la administración, junto a la Lotería del Niño y los sorteos ordinarios (de esos en los que siempre conoces a alguien al que le tocó alguna vez) nada menos de 30 millones de euros, una cifra demasiado redonda para un resultado tan dudoso. No en vano, el spot que pretendía salvar las ventas del año que menos venta de boletos se preveía no va a ser olvidado fácilmente. Y no precisamente por la imagen navideña y de fraternidad que su creador intentaba transmitir: en poco más de un mes el anuncio de la lotería se ha convertido en uno de los más parodiados de la publicidad española. Y ni siquiera él sirve para aumentar las ventas de un producto que responde más a la tradición que a la viralidad de un spot publicitario. Pero uno de los objetivos sí que se ha cumplido, querían que los telespectadores identificaran el sorteo con esta entrañable época y así ha sido; para muchos ambas cosas son un chiste: una navidad sin dinero y un impuesto sobre otro. La tradición, a pesar de las bajas ventas, sigue viva; el sonido de las bolas cayendo en los bombos simboliza, para muchos, el pistoletazo de salida de la Navidad, con o sin décimos. El gravamen del 20% resuena poco por las casas ya que si no toca no importa y si toca importa poco; siempre puede recurrirse a la venta de billetes premiados si se topa con un comprador más discreto que Carlos Fabra para eludir los impuestos. Según los expertos, la probabilidad de ganar el Gordo del Sorteo de la Lotería de Navidad es de una entre 16,5 millones. Pero parece que Fabra es el hombre que ha pulverizado esta estadística en los últimos 11 años. Quizá ahora, por fin desde la cárcel, se lo piense dos veces antes de colocarse las cartas de la fortuna, esta mano no le salvará de pagar al Estado, como cualquier otro. Ya no solo venden la ilusión, ahora también cobran por ella. Los vecinos de Guipúzcoa, Leganés, Barcelona, Sevilla y demás lugares que celebran con alegría la llamada del Gordo a sus puertas serán los primeros en no poder disfrutar integramente del premio. Y aunque, de momento a ellos no parece importarles demasiado, dicho gravamen desmiente el sueño que nos vendía el espíritu de la buena suerte, el famoso calvo de la lotería que ante tamaña afrenta ha preferido seguir descansando en paz.

El lápiz de Jorge Miranda. La última esperanza



Cada semana se repite la misma historia, como un tedioso día de la marmota. Acudo al estanco a comprar mi dosis semanal de humo y las frases decadentes se suceden en la cola del fracaso. Primitivas, euromillón, quiniela y un sin fin de papelitos cuyo nombre desconozco. “Dame dos euromillones, pero de los buenos, de los que tocan” la empleada tiene un repertorio de respuestas estándar para estos comentarios patéticos, se pone en modo random y responde con el primero que le pasa por la cabeza. Después atiende a otro, “Dame una primitiva, a ver si nos saca de pobres” aquí normalmente tiene que hablar un poco de los políticos, de lo sinvergüenzas que son y de lo mal que está la cosa, aunque a decir verdad a ella le va de puta madre y ojo, no juega a la lotería, la vende.
La lotería no es un problema, mientras no sea tu última esperanza claro. La proporción riesgo ganancia es exageradamente grande y eso la hace irresistible. Pero por favor, que no sea tu última esperanza.
Somos unos seres extraños, unos seres que prefieren depositar sus esperanzas en unas bolas que giran y caen al azar, antes que confiar en nuestro esfuerzo y capacidad. Siempre ha sido mayoritariamente un juego de ancianos o de personas un poco de vuelta de todo, pero últimamente me preocupa ver la cantidad de gente joven que juega. No me vale la crisis, ni el paro, ni la incompetencia política, es devastador ver a alguien de veinte años comprando su boleto hacía el retiro.
Tenemos una vida, una vida para crear algo, para aportar algo y mirar hacia atrás desde la mecedora de los años y sentirnos orgullosos. No veo que orgullo puede darte que todo lo que tengas se lo debas a un boleto de lotería.
Dicen que no sueñan con que les toque, que saben que es imposible, pero es mentira. Fantasean con ello, con solucionar la vida de toda la familia, con copiosas comidas con los amigos en su preciosa casa de campo, con el todo terreno para la mujer, y el deportivo para los paseos, y entre fantasía y fantasía las bolas giran y caen ajenas a sueños y probabilidades.
Sin entrar en estúpidas reflexiones como el famoso clásico “es más fácil que te caiga un rayo a que te toque la lotería” considero mucho más sano y realista soñar con hacerte rico con esfuerzo y dedicación. Repito, no veo mal que la gente juegue a la lotería, siempre que no sea tu última esperanza.
A ver si un día te va a tocar la lotería, y cuando estés descorchando el champán bajo la envidiosa mirada de los vecinos y las morbosas cámaras de televisión, te vas a reír de mi, de mi discurso digno y de la probabilidad matemática. A ver si te va a tocar la lotería y mientras estáis todos eufóricos saltando de alegría, te va a caer un rayo. Es poco probable, lo sé, pero como dice todo el mundo, si no juegas no te va a tocar nunca, el rayo digo.